El fin de la negociación sobre el clima, en la COP21, fue desde todo punto de vista conforme a la dramaturgia que yo había descrito algunos días antes en mi nota de blog: nadie estaba de acuerdo en nada durante la última noche de negociación. El Presidente de la conferencia, Laurent Fabius, sacó de la galera a la mañana siguiente un texto de acuerdo, cuyas grandes líneas habían sido negociadas ciertamente con algunos dirigentes de países importantes y el texto, a falta de tiempo para ser debatido, fue aprobado por aclamación, no sin antes privar de la palabra al agitador de Nicaragua para que no arruinara la fiesta. Todos se felicitaron por este acuerdo histórico y luego se precipitaron a tomar el avión, apurados por pasar a otra cosa.

Según los viejos conocedores de las COP y otras conferencias internacionales, el acuerdo que se logró en París fue “el mejor acuerdo posible”. El equipo francés -Laurent Fabius, Laurence Tubiana y hasta François Hollande- hizo lo mejor que pudo. Bien. ¿Eso significa que el acuerdo contribuye a salvar el clima y constituye un avance histórico? Laurent Fabius lo cree o finge creerlo. El 12 de enero afirmó en una entrevista en Le Monde: “el término de acuerdo histórico es merecido (…) es el primer pacto diplomático en el mundo y para el mundo (…) sin querer ser grandilocuente es, por su objeto, el acuerdo más importante de estos comienzos del siglo XXI”.

¡Por su objeto sí, pero no por su contenido! La sutileza es importante en este caso. Pues también podemos tener otra interpretación del acuerdo: es “el mejor acuerdo posible”…dentro de las formas actuales de las negociaciones internacionales y teniendo en cuenta la agenda de la ONU. No obstante ello, es bastante débil en relación a los desafíos reales que hay que afrontar. Esto significa que lo que habría que reconsiderar son, precisamente, los términos de la negociación internacional y esa agenda de la ONU.

Nicolas Hulot, asesor especial del Presidente francés para el clima y figura mediática ha resumido la situación en el periódico Le Monde del día 10 de enero: “el futuro dirá si este acuerdo es el comienzo de una extraordinaria ambición o el fin de una última mistificación”. En ambos casos, el acuerdo de París cierra una época y abre otra.

¿Cuáles son los avances concretos? Yo percibo tres: el clima se ha convertido en un asunto de todos; los compromisos voluntarios de los Estados podrían eventualmente ser oponibles; y sobre todo, la esquizofrenia que ha caracterizado las negociaciones internacionales desde la Cumbre de Río de 2012 ha quedado ahora claramente de manifiesto en la reiterada declaración de que existe un abismo que separa el compromiso de la “comunidad internacional” para mantener el crecimiento medio de las temperaturas muy por debajo de los dos grados y la realidad de los “compromisos voluntarios de los Estados”. ¿Pero el hecho de admitir la esquizofrenia apunta realmente a salir de ella? Y en tal caso, ¿cómo lograrlo?¿O bien se trata de una nueva forma de cinismo, que consiste en reconocer una enfermedad mental congénita de la ONU a la que empezamos a acostumbrarnos?

La segunda hipótesis, ya sea que se trate de cinismo, de inconsciencia o de admitir la impotencia, es lamentablemente la más probable. Pues si cada Estado fue invitado a rever lo más pronto posible sus compromisos, en el sentido de hacerlos más ambiciosos, el hecho de limitar la responsabilidad de los Estados a los compromisos que ya tomaron no los incitará, evidentemente, a comprometerse con más fuerza.

En cuanto a la promesa de los países desarrollados de movilizar al menos cien mil millones de dólares por año para ayudar a los países pobres, no será convirtiendo este acuerdo en un piso que lograremos por un milagro que aparezca el dinero necesario. Nada se ha dicho sobre las fuentes de financiamiento, sobre el origen -¿público?¿privado?- de esas sumas o sobre las modalidades de distribución de esa fortuna: los avances hechos en París son, por su parte también, meramente declaratorios.

Fingimos pensar que el “name and shame” (nombrar y avergonzar) será suficiente para llevar a los países a asumir compromisos más relacionados con los objetivos de limitación del aumento de las temperaturas, que la salvación vendrá de las iniciativas individuales o bien que la voluntad de los actores no estatales paliará la ausencia de la de los Estados. ¿Pero no son éstas nuevas quimeras?

Si miro la “agenda de soluciones”, que presenta la situación de los compromisos de los actores no estatales, me invade el mismo sentimiento que experimentamos al salir de las declaraciones de intención y mirar los compromisos realmente asumidos, tanto más cuanto que la mayoría de entre ellos quedan además en una cómoda nebulosa de indefinición. Algunos ejemplos tomados al vuelo.

Primer ejemplo. Se habla de mil inversores, que representan treinta mil millones de dólares de activos bajo gestión, listos para divulgar la huella carbono de su portafolio. ¡Bravo!...pero los activos mundiales bajo gestión son de noventa billones (millones de millones), vale decir tres mil veces mayores. Y la huella carbono de la que se habla ¿es la huella directa de las empresas en las que el inversor tiene acciones o la del conjunto de la cadena de producción implicada? Misterio….y, sin embargo, la diferencia es esencial.

Segundo ejemplo. El movimiento “divest-invest”, de fundaciones e inversores decididos a abandonar el sector de las energías fósiles y a invertir (eventualmente) en las energías renovables es muy meritorio y ha generado rápidamente un efecto bola de nieve. Sólo que ¿quién querría invertir en las energías fósiles con la baja del petróleo, que por otro lado relanza la producción automotriz (la venta de SUVs en Estados Unidos alcanzó picos altos en 2015)?

Tercer ejemplo. La iniciativa Under2 MOU, adoptada por California y Baden Wurtemberg, reagrupa a algunos centenares de provincias y grandes ciudades decididas a llegar a menos de dos toneladas de emisiones de CO2 de aquí al año 2050. Según quienes la promueven, esa cifra corresponde a lo necesario para mantener el objetivo de los dos grados. ¡Genial! ¿Pero ese compromiso incluye la energía gris incluida en los bienes importados por esas regiones? No encontré la respuesta en ningún lado. Ahora bien, esa energía gris representa actualmente en Europa un tercio del consumo total de energía y ese porcentaje irá creciendo automáticamente a medida que los países desarrollados externalicen las producciones costosas en energía y reduzcan los consumos internos de energía con una política de eficacia energética.

¿Los grandes países están dispuestos a hacer evolucionar las reglas del comercio internacional para promover cadenas de producción sostenibles? El tema sigue siendo tabú. Como también lo son el reconocimiento del clima como bien común mundial o la soberanía de los países sobre los recursos de su subsuelo.

Oigo decir que la COP22, en Marrakech en 2016, no tendrá el brillo de la de París, que será meramente técnica, como si sólo faltara ajustar algunos bulones para que el acuerdo sea plenamente operacional. ¡Muy buen chiste! Por el contrario, de aquí a noviembre de 2016 hay que salir a decir que el rey está desnudo, que el acuerdo de París es un catálogo de buenas intenciones y que ahora hay que empezar a plantear las cuestiones serias.

Marrakech es una buena elección. Es la puerta de África, un continente poco emisor de GEIs y víctima del cambio climático. Ahora bien, uno de los avances de estos últimos años consiste en haber hecho estallar el grupo ficticio de los “77+China”, que mezclaba a países en situaciones muy diferentes unos de otros. La COP22 me parece, por ese hecho, más importante aún que la COP21, a condición de dos cosas:

1. que veamos surgir allí una coalición de los países más vulnerables: África saheliana, islas del Pacífico, Filipinas, algunos países del ASEAN, Bangladesh..., una coalición capaz de presentar propuestas comunes, en particular:

a) la de un impuesto mundial sobre la energía fósil, en beneficio de otro modelo de desarrollo (ver las propuestas hechas al Presidente de la Comisión Europea);

b) la de una responsabilidad internacional de los Estados y de los gobernantes en relación al bien común del clima, proporcional a su responsabilidad pasada y actual sobre el cambio climático ( ver las propuestas hechas al Presidente Hollande en la COP21) ;

c) la que se deduce directamente del compromiso de mantenerse muy por debajo de los dos grados: la existencia de cupos nacionales para la emisión de GEIs;

2. Que la Unión Europea se despierte y aproveche la presidencia holandesa de la Unión (segundo semestre de 2016) y la presidencia francesa de la COP (hasta noviembre de 2016) para:

a) llevar propuestas innovadoras, como las que adelanté en 2015 en la carta al Presidente de la Comisión Europea;

b) apoyar a la coalición de países más pobres en sus reivindicaciones;

c) volver al camino de las epopeyas, asumiendo un liderazgo mundial en la transición hacia sociedades sostenibles;

d) asumir su poder de mercado definiendo reglas para el comercio exterior que sean coherentes con los desafíos climáticos.

En un momento en que los Estados miembros de la Unión ya no tienen perspectivas comunes, esta perspectiva puede ser federadora.

¿Estoy hablando de sueños vacíos y cuentos de hadas de los que olvidamos la varita mágica? No lo creo. Más bien creo que se impone más que nunca la frase de Séneca: ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va.