No seamos aguafiestas. En mi newsletter anterior escribí, a propósito de las elecciones presidenciales por venir: “Me gustaría escuchar que un candidato a la presidencia diga: sé que en un mandato no cambiaré la sociedad francesa, pero si logro sentar las bases de una puesta en movimiento colectiva, recrear en el seno de la sociedad francesa la confianza en sí misma y en los demás que hoy le está faltando, entonces sentiré que estuve a la altura de la situación”. En esa dirección fue el discurso de investidura de Emmanuel Macron el 14 de mayo. Un buen comienzo.

Su elección refleja el hartazgo de los franceses frente a los juegos políticos tradicionales, la creciente desconfianza hacia el personal político. Las esperanzas que despierta esta elección se verían frustradas si no viene acompañada de una profunda renovación de la manera de hacer política.

El desbarajuste actual no es el primero que pasamos. En 1981, la elección de François Mitterrand generó una oleada socialista que trajo una multitud de diputados neófitos y pobló las oficinas ministeriales de gente que venía de la “sociedad civil”. Unos y otros entraron muy rápidamente en el molde. La práctica política no se modificó. Hoy en día la situación es más grave. El FN está al acecho. Sólo espera una nueva decepción democrática.

Obtenga o no obtenga mayoría parlamentaria, Emmanuel Macron deberá mostrar que se puede hacer política de otro modo; que es posible organizar verdaderos debates ciudadanos para cada cambio que comprometa nuestro futuro. Ha llegado la hora de la democracia deliberativa.

Hablemos de métodos. Para todas las cuestiones importantes de la sociedad –Europa, el empleo, la protección social, el desempleo, la salud, la transición hacia sociedades sostenibles, etc.- hay que generalizar paneles locales de ciudadanos y luego confrontar entre sí las conclusiones y propuestas de allí surgidas. He aquí los seis principios (detallados en el fragmento adjunto de “¡Salvemos la democracia!”, ECLM, 2012):

Primer principio: un procedimiento “de abajo hacia arriba”. Hay que partir de los territorios, las ciudades, las regiones. Los diferentes actores, en esos espacios, tienen una cara reconocible. La complejidad de nuestras sociedades está encarnada en ese nivel.

Segundo principio: las reflexiones y debates locales merecen recibir lo mejor de la información. La democracia no es una suma de opiniones. Es el resultado del diálogo entre ciudadanos informados, que hayan tenido tiempo y medios para entender y entenderse. Para apoyar cada debate, hay que crear un sitio web de recursos donde puedan encontrarse todos los elementos de información necesarios: datos sobre el problema, opiniones argumentadas de los partidos, de los sindicatos, de expertos con distintas miradas, de la sociedad civil organizada.

Tercer principio: elegir por sorteo, dentro de un muestreo significativo de territorios, a unos treinta ciudadanos para reflejar la diversidad de la sociedad. Darles los medios y el tiempo para que intercambien. Eso es invertir en la democracia. Aprovechar internet para que esos paneles puedan intercambiar ideas entre sí y que cada uno de ellos, para beneficio de todos, pueda plantearle a los expertos las preguntas que desee. Desarrollar los métodos de diálogo que permitan a los miembros de los paneles visualizar las distintas dimensiones de los problemas. Toda la sociedad se beneficiará con eso.

Cuarto principio: reunir las experiencias más significativas. Hay muchas innovaciones locales. El mundo es grande. Las otras sociedades se ven confrontadas a los mismos problemas. Encuentran sus propias respuestas. En los debates políticos, esas respuestas son invocadas para apoyar opiniones, sin que se tome el tiempo para analizarlas, ver sus luces y sus sombras. Hay que lograr que esa diversidad sea accesible. Las sociedades que avanzan son las que no temen inspirarse de otras. Inspirarse no significa copiar.

Quinto principio: elaborar libros de esperanza. Esta expresión inventada por los Estados Generales de la economía social y solidaria es bella y precisa. Los libros de quejas ya no alcanzan. Hay que proyectarse en el futuro. Atreverse a hacer propuestas. Algunas serán utópicas. Todas, surgidas de este tipo de diálogos, serán útiles. Confrontar los libros de esperanzas entre sí. Sólo entonces podrá empezar el debate político propiamente dicho, la expresión de las fuerzas sociales organizadas, de las distintas sensibilidades políticas.

Sexto principio: pasar de las propuestas a las estrategias de cambio. Estas últimas involucran a una gran diversidad de actores. La evolución del marco legal no es más que una parte: la sociedad no se cambia con decretos. A menudo es la evolución del sistema de pensamiento mismo, la concepción de las instituciones, la práctica cotidiana de los actores lo que debe cambiar. Eso no se hace de un día para el otro.

Las primeras veces será un poco laborioso. Pero se irá creando un aprendizaje colectivo. El del respeto mutuo y el diálogo en lugar del de las invectivas. De ese modo, lo que crecerá, es el capital inmaterial de la sociedad francesa.