Queridos amigos,

Mi blog ha permanecido en silencio desde el mes de mayo pasado. Algunos hasta se preocuparon por ello, pensando que había extraviado su dirección de correo…

En realidad, la razón principal de mi silencio fue que estaba esperando a ver cómo decantaban las iniciativas de refundación de la Unión Europea. Después del Brexit, los ataques de Trump y el aumento un poco generalizado de una extrema izquierda y una extrema derecha anti-europeas por igual, la elección de Emmanuel Macron en mayo, su voluntad proclamada de refundar el proyecto europeo con los ciudadanos y realizar “convenciones democráticas” en Europa fueron gratas sorpresas que dejaban esperar un verdadero proceso instituyente que tendría a las colectividades territoriales como punta de lanza.

Luc van den Brande (ver en doc. adjunto 1 un fragmento de su informe), asesor especial del presidente Juncker para el diálogo con los ciudadanos, confirmó en sus propuestas la importancia de apoyarse en dichas colectividades y movilizar los recursos de la democracia deliberativa. Todo el mundo sabe que un “diálogo con los ciudadanos” que se reduzca a darle la palabra a los pro-europeos o a la comunicación descendente tan preciada por la Comisión no permitirá llevar a cabo la refundación que muchos dicen estar deseando.

Los más antiguos recuerdan el fracaso de la política de comunicación lanzada por la comisión en 2006 en respuesta –ya en ese entonces- al rechazo del Tratado Constitucional por los referéndums inglés y francés: buscando apoyarse en los Estados miembro para llevar adelante esa política, la Comisión, como lo escribí en esos años (adjunto 2), pensaba que podría “cortar el mango del cuchillo con su propia hoja”. Quienes no conocen la historia están condenados a revivirla. La memoria no es el fuerte de los políticos. Nuestros nuevos dirigentes que desconocen ese precedente siguen esperando que los Estados miembros se sumen con entusiasmo a un proceso que, de realizarse correctamente, podría llegar a ponerlos en dificultad.

Por su parte, la Comisión pareció estar dispuesta el año pasado -inmediatamente después del voto británico- a cuestionar su programa intelectual. Pero de allí a esta parte ya volvió a recuperar sus certezas: las dificultades que encuentran nuestros amigos ingleses apaciguan los ardores de quienes hubieran tenido ganas de seguir sus pasos y la Comisión volvió a su tradición de autosatisfacción: en su discurso sobre el estado de la Unión en septiembre pasado, Juncker apenas admitió que las convenciones democráticas “al estilo Macron” completarían útilmente los esfuerzos ya consolidados de la Comisión para dialogar con los ciudadanos, lo cual es la mejor manera de banalizarlas de entrada, mostrando que ya no se trata de una ruptura sino de un simple suplemento adicional.

A la cabeza del Estado y preocupado por reafirmar su autoridad, Emmanuel Macron, coronado por el éxito del movimiento “En Marcha”, basado en consultas y encuestas virtuales, espera probablemente que el mismo método le funcione a nivel europeo. Le deseo que así sea, pero temo mucho que se desilusione.

He defendido la idea de que un proceso instituyente ciudadano debería considerarse como una “inversión humana prioritaria para Europa” y, como tal, debería ser incluido en el gran plan de inversiones promovido por Juncker. ¡Pero los mismos que están dispuestos a gastar miles de millones de euros en grandes proyectos tecnológicos cuyas repercusiones son aleatorias no imaginan invertir unos millones de euros para organizar un diálogo ciudadano sobre el futuro de Europa!

Pensábamos también que la organización de un proceso instituyente ciudadano que asociara a los länder alemanes y las regiones francesas brindaría también una buena ocasión para relanzar la “pareja” franco-alemana, asociando a los actores locales. Esta perspectiva se vio frenada por la incertidumbre política en Alemania.

Último obstáculo: las colectividades territoriales, aun cuando son actores fundamentales para el futuro, siguen estando marcadas por dos siglos de minoridad política. La organización misma de la Unión Europea, unión de Estados, las ha afirmado en su complejo de inferioridad. Así pues, ni el Comité de las Regiones ni la red de las grandes ciudades europeas han estado en condiciones de concebir y llevar adelante por propia iniciativa un proceso ambicioso de refundación ciudadana de Europa.

Con mi amigo Patrick Lusson, con quien habíamos lanzado la propuesta de proceso instituyente europeo (ver el pliego de condiciones de dicho proceso, ya presentado en mi nota de junio de 2016, adjunto 3), nos habíamos dado hasta fines de 2017 para hacer avanzar esa idea, considerando que más allá de esa fecha ya no sería posible encarar un proceso serio de democracia deliberativa antes de las elecciones europeas de 2019 ya que, en este campo, no hay nada más nocivo que “hacer como si”. Inaugurando el 2018, sin perder para nada nuestra pasión por la perspectiva de una refundación de Europa, constatamos que esa ocasión histórica fue desperdiciada. La institución de un “pueblo europeo” tendrá que esperar. Expreso mi deseo de que las convenciones democráticas se realicen y nutran el proyecto europeo, pero temo que se trate de intercambios superficiales que dejen de lado a todos los ciudadanos que dudan de la conveniencia de Europa, y terminen así fortaleciendo su euroescepticismo.

Quedo libre ahora para retomar mis intercambios con ustedes. Muchos temas se acumulan en puerta: la urgencia de procesos instituyentes en distintos niveles, de lo mundial a lo regional, tal como lo demuestran los repliegues nacionalistas y los movimientos separatistas; la necesaria evolución del derecho internacional; la responsabilidad societal de los actores, en particular de las universidades y de los investigadores; la invención de un nuevo paradigma de desarrollo frente a la esquizofrenia que caracteriza los debates sobre el clima; la gobernanza multiniveles; la gestión de la complejidad. Me propongo, para este año, hacer una entrada para cada uno de ellos.

Expreso desde ya mis mejores deseos para este año 2018, para ustedes y para el mundo, que mucho los necesita.

Muy cordialmente,
Pierre Calame