El Beaujolais, el vino nuevo, acaba de llegar. Es momento de recordar ese precepto evangélico.

Sin un cambio de referencial intelectual, hay pocas chances de poder afrontar los desafíos del siglo XXI. La fórmula de Einstein, “no podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos” demuestra ser hoy más acertada que nunca. Hasta ahora hemos retrocedido para tomar impulso, pero al final no hemos saltado: nos quedamos con las mismas recetas, los mismos marcos de pensamiento, esperando que con algunos arreglos menores las cosas pasen. Pero no pasan.

No podremos gestionar las interdependencias planetarias pensando que los Estados soberanos son el principio y el fin de las relaciones internacionales. Al día de hoy, sólo el 13% de los Estados respetan la hoja de ruta de los compromisos voluntarios asumidos en París en 2015, cuyo cumplimiento total ya nos conducía a casi 3 grados de calentamiento global. Pues quien dice Estado soberano dice en la práctica irresponsabilidad en relación al resto del mundo. No hay salida sin la adopción de una Declaración Universal de las Responsabilidades Humanas que asigne a cada actor una responsabilidad proporcional a su poder (anexo 1).

Los rudimentos actuales del derecho internacional se edificaron sobre la base de los Derechos Humanos: ¿pero realmente imaginamos que podremos edificar seriamente sobre esa misma base el derecho internacional del futuro para poder gestionar las interdependencias entre las sociedades y entre la humanidad y la biosfera?

Tampoco salvaremos el clima con nuestras viejas recetas. El gobierno francés está haciendo la experiencia de los límites del impuesto al carbono: el presupuesto para energía de los pobres es más limitado que el de los ricos, pero la proporción que ocupa la energía dentro de su presupuesto es mucho más elevada y, además, es un consumo obligatorio. Resultado, el 10% más pobre se ve 2,7 veces más afectado por el impuesto al carbono en proporción a sus ingresos que el 10% más rico. La única solución es que los pueblos y, dentro de cada Estado, las poblaciones más pobres, puedan vender a los ricos su cupo excedente de energía.

Echar vino nuevo en vasijas viejas…pareciera que no sabemos hacer otra cosa. Por pereza intelectual y por miedo a lo desconocido o al ridículo. Fracasar junto a los otros es menos arriesgado que afrontar solos el viento de altamar. Esto lo aprendí hace mucho tiempo en el mundo bancario; poder decirle siempre al jefe: “¿cómo podía prever esto, si los grandes bancos están en el mismo barco?”. Ya vimos con las subprimas en qué termina eso.

Una mejora llega de Europa. Una reciente recomendación de la Comisión Europea describe la nueva manera de preparar y evaluar las políticas europeas, según un ciclo que parte de las experiencias de los territorios y luego vuelve a ellos: es lo que defiendo desde hace casi treinta años. La misma recomendación retoma también el principio de subsidiariedad activa para gestionar las relaciones entre los niveles de gobernanza (anexo 2). Otros de mis caballos de batalla. Lo que me convence de las virtudes de la terquedad.

Entonces, sigo andando mi humilde camino. El pequeño tratado de oikonomía será publicado en varios idiomas, señal de que todo el mundo está cansado de ver multiplicarse las críticas (justificadas) al sistema económico actual sin una propuesta seria de alternativa. No sé si estaré aquí para ver el impacto que pueda llegar a tener: hacen falta por lo menos dos décadas para que se impongan soluciones de sentido común pero que van en contra de las ideas recibidas.

Que dejemos de pagar con la misma moneda y de medir con el mismo patrón lo que deberíamos ahorrar, la energía fósil, y lo que en cambio hay que desarrollar, el trabajo humano; que el único régimen de gobernanza que responde realmente a las características de la energía fósil sea el de los cupos negociables: eso acabará por imponerse contra los conformismos porque ya es una evidencia. Pero a menos que alcance los cien años es muy probable que yo no llegue a ver el triunfo de esas ideas sencillas.

El “pequeño tratado de oikonomía”(anexo 3) , gracias a la generosa política de las Ediciones Charles Léopold Mayer para quienes el conocimiento es un bien que se multiplica al compartirse, ya está online en descarga gratuita en francés en www.eclm.fr. Aquí en adjunto podrán leer también el prólogo de Edgar Morin para la edición en español.

Otra idea simple: no podremos gestionar la complejidad si no sabemos representárnosla. Hay que disponer entonces de una herramienta cómoda de representación de los vínculos entre las temáticas y entre las políticas. Dicha herramienta es el atlas relacional- Pueden verlo visitando el sitio de “Cités, territoires, gouvernance”, citego -www.citego.fr. Descubrirán allí el atlas y su uso, con mapas en gran escala que dan a ver el mundo, y mapas en pequeña escala que brindan detalles de algunas partes. Con el atlas, me gustaría dar cuerpo a una antigua ambición: reunir las experiencias de territorios que innovan en todas partes del mundo; ir más allá de las segmentaciones identitarias de las múltiples redes que comparten la misma intuición pero actúan cada una en su rincón.

De aquí a fin de año pongo manos a la obra en un segundo pequeño libro: “¿Cómo terminar con las sociedades de irresponsabilidad ilimitada?” Pues esa es la realidad actual: la suma de las responsabilidades de cada uno, cuidadosamente delimitadas, conduce en efecto a la irresponsabilidad ilimitada. Volveré sobre ese tema en mi próxima entrada al blog.

Mientras tanto, les deseo unas muy felices fiestas de Navidad y Año Nuevo a todos