La construcción europea, al concebir la superación pacífica de las soberanías y el ejercicio de la soberanía compartida para construir una paz sostenible, a pesar de todas sus debilidades, es la única construcción geopolítica portadora de un mensaje de futuro para el siglo XXI.

La construcción del mercado único fue la tabla de salvación de Europa, en 1954, cuando el parlamento francés rechazó la idea de una Comunidad Europea de Defensa. Pero esa construcción progresivamente se fue volviendo en contra de Europa y convirtiéndose en el talón de Aquiles de la globalización económica.

Se confundió la globalización -la unificación mundial de los mercados- y la mundialización – las interdependencias irreversibles entre las sociedades y con la biosfera.

Hoy en día, vemos las consecuencias de ello al constatar la incapacidad para gestionar nuestros desafíos en común: las desigualdades, el clima, la biodiversidad, las irreversibles degradaciones de la biosfera, etc.

Cuando cada sociedad y cada actor sólo reconocen tener una responsabilidad limitada, las sociedades se vuelven de irresponsabilidad ilimitada. Dicha irresponsabilidad les garantiza su propio desmoronamiento. Todos lo sabemos. Las advertencias se multiplican día a día, cada vez más apremiantes. No se perfila por el momento ninguna reacción colectiva significativa.

Europa alumbró, en otros tiempos, el camino hacia la modernidad. ¿Será capaz de hacer del siglo XXI un nuevo Siglo de las Luces?¿Será capaz de proponer al mundo y de experimentar respuestas para los cuatro grandes desafíos del siglo XXI? Muchos esperan que así sea. Si lo desea, si se atreve, la construcción europea volverá a convertirse en una epopeya para sus jóvenes, un faro para el mundo.

Primer desafío, la revolución de la gobernanza: repensar en profundidad la gestión de nuestras sociedades.

Todas las problemáticas centrales de las que depende nuestro porvenir son al mismo tiempo mundiales, regionales, nacionales y locales. Y la transición que deberemos llevar a cabo es sistémica, nos obliga a salir de las políticas segmentadas para adoptar un enfoque global de los problemas.

La democracia en crisis debe ser reinventada, involucrando a los ciudadanos de otra manera, generalizando la democracia deliberativa.

Europa debe instaurar un federalismo 2.0: no ya unas transferencias de soberanía sino una gobernanza multiniveles que permita definir, entre todos, unos principios comunes y obligaciones de resultado a partir de los cuales cada país, cada territorio, podrá inventar soluciones adecuadas a su contexto, a sus tradiciones, a su propio espíritu.

Las nuevas orientaciones adoptadas en octubre de 2018 para la elaboración de las políticas europeas van en la dirección correcta, fundando a la Unión Europea sobre el principio de la subsidiariedad activa. Apoyémoslas, pongámoslas en práctica. Sí, Europa debe ser grande para las grandes cosas y pequeña para las pequeñas.

La propuesta del Comité de las Regiones Europeas de organizar cada año asambleas ciudadanas territoriales para debatir sobre las principales políticas de Europa nos muestra el camino a seguir.

Gobernanza multiniveles y subsidiariedad activa también son válidas para la economía y la moneda. La Europa de las 40.000 normas, con un mercado mucho más unificado que el norteamericano y sin un poder político del que disponer en contrapartida, muy pronto quedará en el pasado.

Dejemos que se desarrollen las monedas regionales y locales para promover los intercambios de proximidad. Dejemos que los mercados locales se desarrollen. Estimulemos los circuitos cortos.

Apostemos a los territorios para gestionar la complejidad y para conciliar unidad y diversidad. Hagamos trabajar juntos a los actores públicos y privados al servicio del bien común. Diseñemos la gobernanza del mañana.

Segundo desafío, promover valores comunes tanto a escala de Europa como del mundo.

Los Derechos Humanos son insuficientes. No responden a la mayor problemática de nuestro tiempo, que es la de la gestión de las relaciones entre los seres humanos, entre las sociedades y entre la humanidad y la biosfera.

El siglo XXI será el siglo de la responsabilidad. En una comunidad, todos tienen que dar cuenta ante los demás del impacto de sus acciones. Esto es válido para Europa y para el mundo.

En la actualidad se están gestando dramas de los que todos formamos parte y nadie se siente responsable. Es tiempo de volver a ubicar la responsabilidad en el centro de nuestras sociedades.

Hay que ir hacia una Declaración Universal de las Responsabilidades Humanas, complemento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que redefina la responsabilidad a la luz de las interdependencias planetarias del siglo XXI.

Europa puede mostrar el camino adoptando, tal como lo hizo en 1950 para los derechos humanos, una Carta europea de las responsabilidades y aplicándola a la educación, a la investigación, a la política, a la economía y a las finanzas.

Tercer desafío, repensar de punta a punta nuestros modelos económicos.

Es el gran retorno hacia adelante de la economía a la oikonomía. Así es como se escribía economía hasta el siglo XVIII. La oikonomía es el arte de movilizar los recursos escasos del planeta de un modo inteligente al servicio del bienestar de todos.

No hay oikonomía sin territorios sostenibles y sin cadenas de producción mundiales sostenibles.

Esto implicará, para Europa: una renegociación de los acuerdos comerciales internacionales, basándose en la promoción de las cadenas sostenibles; una nueva gobernanza territorial; cupos territoriales negociables para la energía fósil; el uso de monedas diferentes para promover el trabajo humano, que nos une, y frenar el consumo de energía fósil, que nos destruye.

Cuarto desafío, construir la conciencia de un destino común, a escala de Europa y del mundo.

Sin esa conciencia no seremos capaces de hacer los sacrificios necesarios, de concebir las cooperaciones indispensables para construir un mundo habitable.

Para instituir un pueblo europeo convencido de compartir un destino común -lo que no se logró ni con las instituciones comunes, ni con el mercado común, ni con la moneda común- hay que lanzar, lo antes posible después de las elecciones, un proceso ciudadano instituyente de un año y medio adosado a las Regiones europeas y que pueda aprovechar la red de ciudades y regiones hermanadas.

Asambleas ciudadanas regionales organizadas en todas partes de Europa y luego un diálogo entre ellas para reinventar el proyecto europeo.

Para hacer que nazca la conciencia de una comunidad mundial de destino hay que promover con las demás regiones del mundo nuevas modalidades de diálogo entre las sociedades.

No dejemos ya que las diplomacias, nacidas de una visión anticuada del mundo en la que se confrontaban los intereses de Estados soberanos, maneje el diálogo entre las sociedades.

Inventemos junto con los africanos, los chinos, los americanos lo que, desde 1988 en su discurso en la ONU, Mijaíl Gorbachov había denominado nuestra Casa Común.

Si Europa es capaz de alzarse a la altura de estos cuatro desafíos, habrá recobrado el sentido de su historia.