¡Caramba! Ya no tenemos sólo un elefante en la habitación, ahora tenemos dos. Hace algunas semanas en el Collège de France, ni más ni menos, asistí a una conferencia organizada por el Instituto Louis Bachelier que reunió a un selecto grupo de economistas. Primera sorpresa, que no es tal, un magnífico gráfico mostrando la estrecha relación -desde 1990- entre el crecimiento del producto bruto interno mundial y el aumento del consumo de energía fósil. Ni buscando con lupa en ese gráfico era posible ver una inflexión, por mínima que fuera, en los momentos de las grandes conferencias mundiales sobre medioambiente, desde la Cumbre de la Tierra en Río en 1992 hasta el Acuerdo de París en 2015.

Por otra parte, a pesar de las declaraciones hechas con la mano en el corazón, la “gente seria” no cree ni un minuto en la capacidad y la voluntad política reales para modificar el curso de las cosas. Prueba de ello: el análisis presentado en la sesión de los informes de las principales compañías de seguro francesas sobre los riesgos de su portafolio. El riesgo climático...¡ni siquiera aparece! En cambio, el riesgo reputacional sí que está bien identificado: en otras palabras, lo que amenaza a los portafolios no es la catástrofe climática sino el hecho de que la sociedad empiece a creer en ella y decida reprobar a las empresas que no se tomen ese riesgo en serio.

Tras los diagnósticos tan preocupantes que venimos teniendo, podría esperarse que nuestros distinguidos economistas propongan remedios de alto impacto. Pues no, todos se aferran a la idea del precio de referencia: en una época nos imaginábamos que el tope de la producción de energía fósil, carbón, gas y petróleo se alcanzaría a la brevedad, por ende la rarefacción de la oferta impondría un aumento de precio que haría, de la necesidad, virtud. No hubo suerte: se siguieron descubriendo constantemente nuevas reservas y el tope de producción se sigue posponiendo indefinidamente.

Queda entonces el recurso al impuesto sobre las emisiones de gases con efecto invernadero, religiosamente invocado, con la subsiguiente observación de rigor: se trata de un impuesto regresivo que afecta más a los pobres que a los ricos, de manera tal que inmediatamente habría que complementarlo con medidas de redistribución...que prácticamente anularían su efecto: por un lado estarán los ricos, que destinan a los gastos de energía fósil una parte de su prespuesto lo suficientemente pequeña como para poder afrontar sin dificultad el aumento de precios; por otro lado están los pobres, para quienes se habrá neutralizado el efecto de ese aumento. Busquen el error.

Al final de la conferencia hice una sola pregunta, a saber: ¿somos idiotas, hipócritas, o ambas cosas? La respuesta era obvia: las dos cosas. El elefante del presupuesto de carbono negociable asignado a cada uno sigue estando en la habitación, bien instalado sobre su trasero, y todos seguimos sin verlo.

A fines de junio de 2019 el Alto Consejo para el Clima, creado con bombos y platillos por el presidente Macron, entregó su primer informe. Tal como lo señala ese primer informe público (www.hautconseilclimat.fr), los sucesivos gobiernos fijan “presupuestos de carbono” para Francia cada cuatro años. El presupuesto de 2015–2018 no se respetó, ni de cerca: el consumo directo de energía fósil, sin contar la energía incorporada en los productos exportados, disminuyó en un 1,1% anual, en lugar del 1,9 % fijado por decreto, sin hablar del 3% anual necesario para respetar nuestros acuerdos firmados sobre el clima. Pero en realidad hay algo mucho más grave y más hipócrita: como lo señala el informe del Alto Consejo, desde 1995 las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con las importaciones, eso que se denomina energía gris, se duplicó, mientras que las relacionadas con la producción interna apenas disminuyeron un 20%. En otras palabras, no son los esfuerzos de eficiencia energética los que explican la reducción de la emisión nacional de gases de efecto invernadero, sino la desindustrialización de Francia y el traslado hacia otros países de las producciones consumidoras de energía. En 2019, dice el informe, la huella energética total, es decir las emisiones de CO2 necesarias para mantener nuestro nivel de vida actual, son de 11 toneladas por persona y por año, mientras que las emisiones relativas a ese mismo nivel de vida pero emitidas en el territorio nacional son sólo de 6,6 toneladas por año. Para ser claros, toda estrategia energética que sólo se interese por las emisiones en el ámbito del territorio nacional es una política ilusoria.

Entrando en el detalle de las razones por las cuales el gobierno francés es incapaz, por lejos, de respetar los objetivos que él mismo se fijó, el informe del Alto Consejo pone de manifiesto la esquizofrenia de los poderes públicos: por un lado fijaron objetivos energéticos pero por otro, se adopta una serie de leyes que conciernen prácticamente a todos los aspectos de las actividades consumidoras de energía fósil y emisoras de gases con efecto invernadero, sin hacer referencia alguna al objetivo global que se había fijado en materia energética. Y, tal como lo señala Sylvestre Huet, en el artículo de Le Monde del 3 de julio en el que habla de dicho informe, el fundamento de esa esquizofrenia es la irresponsabilidad radical del Parlamento y del Gobierno en relación a los objetivos que ellos mismos se fijaron. Hace notar también que para que las propuestas del Alto Consejo sobre el Clima se vuelvan eficaces habría que agregar un elemento decisivo con una consecuencia mecánica para los representantes -diputados, senadores, Presidente de la República- y gobernantes que no alcancen el objetivo climático fijado por la ley y por nuestros compromisos internacionales: “imposibilidad de ser reelectos para toda esa buena gente si, al finalizar sus mandatos, las emisiones de gases con efecto invernadero superaron los objetivos de la estrategia nacional de bajo carbono”.

¡Hey, hola, aquí! El segundo elefante que entra en la habitación: el de la responsabilidad. Como vengo demostrándolo en reiteradas ocasiones, para permitir el desarrollo del empresariado, nuestras sociedades inventaron en el siglo XIX el principio de “responsabilidad limitada”. Es el fundamento del estatuto jurídico de las sociedades anónimas de responsabilidad limitada, SRL, estatuto que permite que los riesgos que toma un inversor queden limitados al capital invertido mientras que, antiguamente, si la deuda acumulada de una empresa superaba la totalidad del capital invertido, el patrimonio personal de los inversores era tomado en parte de pago, sin hablar de la pena de prisión o de la esclavitud por deudas, tan común durante varios milenios entre los pequeños agricultores.

Ese principio de responsabilidad limitada se generalizó al conjunto de la sociedad. Ahora bien la suma de las responsabilidades limitadas de cada actor desemboca en...sociedades de irresponsabilidad ilimitada. El ejemplo de la irresponsabilidad jurídica de los gobernantes en relación a objetivos que ellos mismos fijan y no respetan no es sino una ilustración entre miles de ese principio general de irresponsabilidad ilimitada.

Dos elefantes en la habitación es mucho. Empezamos a temer por las porcelanas, si es que nos quedan porcelanas. Pero en realidad no son dos, sino cuatro. Al finalizar la Asamblea Mundial de Ciudadanos de 2001 hemos dicho que la humanidad, en el siglo XXI, se confrontaba con cuatro grandes desafíos. En relación a esos mismos desafíos hablaba en mi último posteo sobre la importancia que tiene para Europa y para el mundo que se genere un nuevo siglo de las luces. Los otros dos elefantes son los siguientes: ¿cómo podemos ser capaces de afrontar las interdependencias mundiales irreversibles si no existe una conciencia profunda de las sociedades de que hay un destino común para la humanidad, conciencia de la que nos alejan todos los mecanismos de las relaciones internacionales?¿y cómo podemos imaginar llevar adelante transiciones sistémicas con sistemas de gobernanza que están basados en la segmentación de las competencias de un nivel a otro de la gobernanza y una sectorización de las políticas públicas dentro de un nivel dado de la gobernanza? El informe del Alto Consejo para el Clima ilustra claramente este cuarto desafío.

Puse como encabezado de mi blog la frase del filósofo Séneca: no hay viento favorable para el marino que no sabe adónde va. Sin una visión clara de estos cuatro desafíos, desde la escala local hasta la escala mundial, nuestros marinos pensarán que ningún viento es favorable. En esas condiciones, sólo nos queda esperar el naufragio.